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Claves para detectar un bar de mierda

¿Tienes la sensación de que todos los bares que abren en tu ciudad son iguales?, ¿estás cansada de que te atiendan camareros enfundados en delantales de tela vaquera que te miran sonriéndole a la muerte?, ¿eres de los que se niegan a viajar con los sentidos a ninguna parte mientras saboreas unas jodidas carrilleras, aunque estén dentro de un taco y tuneadas con cilantro y lima?

Ante un mundo occidental cada vez más homogeneizado en el que las ciudades se están clonando unas a otras, muchos empresarios con delirios narcisistas llevan tiempo intentando abrir bares y restaurantes con personalidad propia que abogan por lo “glocal”, por “darle una vuelta” a lo de aquí con lo de allá, lo “auténtico”, lo de “toda la vida”; pero no se han dando cuenta (o sí) de que están haciendo lo mismo que el de al lado y del que está a ocho mil quilómetros de ellos.

Hoy vamos a darte las claves para detectar esos bares que se creen especiales y diferentes, y que se comportan como si fuesen hijos únicos.



Elementos relacionados con el establecimiento:

- Exceso de luz: contaminación lumínica causada por la abundancia de puntos de iluminación, cuando lo único que quieres es que nadie contemple lo torpe que eres comiendo.

- Utilización de códigos de taberna: este tipo de locales suelen combinar elementos como cuadros vintage de Cinzano con azulejos que exhiben mensajes del tipo “si bebes para olvidar paga antes de empezar”, y sifones de cristal vacíos colocados sobre estanterías de madera o mármol. También utilizan manteles de papel de los que te dicen “bon profit” en todos los idiomas del estado opresor y se autodenominan “casa de comidas” por el simple hecho de que ofrecen comida (que visto así tiene todo el sentido, pero no lo son, créeme).

- Preciosismo vintage: no te dejes engañar por los fuets y los tomàquets de penjar que hay colgados sobre los azulejos impecables, sin fisuras, con cenefas del pasado. Todos los elementos están colocados de forma estratégica para que tu cerebro conecte con la nostalgia de unos tiempos que no has vivido pero que, sin saber por qué, te transmiten autenticidad. ¿Será el pan de masa madre presentado en una cestita de mimbre?, ¿la caña bien tirada en un vaso joven, que no está golpeado por la cal?, ¿la madera?, ¿las gildas expuestas en recipientes de cristal?, ¿el mármol?, ¿los platos de Duralex? Sí, eso es.

- Reivindicación de lo local: para hacer platos de otras culturas que se encuentran a miles de quilómetros con la excusa de ofrecerte un viaje organoléptico a precio de lechal de unicornio. Recuerda que un fricandó es un fricandó, aunque esté metido dentro de un bao. Cuando vayas a Taiwán ya te pondrás hasta el ojete de bollos esponjosos relleno de dragones y gambas.

- Lettering: este elemento es determinante. Cuando veas un garito con pizarras, paredes y cristales escritos con una caligrafía que parece hecha por un niño de los años cuarenta, desnutrida pero bien peinada y sonriente, es que has entrado en uno de estos establecimientos de la mediocridad gastronómica.

- Digitalización: todo el personal de sala lleva comandero digital y los encargados se comunican a través de un pinganillo con el responsable de cocina; aunque el local tenga tan solo cinco mesas.

- Moritz: si al entrar ves un tirador de Moritz y no huyes de allí, deja de leer este artículo. No has entendido nada.


Elementos relacionados con el capital humano:

- No soy camarero: el personal que trabaja en estos sitios aprovecha cualquier momento para recordar a sus clientes que “esto no es lo suyo”, que son diseñadores, escultores, tatuadores y artistas de la vida que no encuentran nada “de lo suyo”. Ellos están ahí solo porque necesitan pagar facturas para no acabar mendigando en la calle.

- Italoargentinos: los trabajadores provienen de Argentina e Italia y todos follan (mucho) entre ellos. Este punto requiere mucha atención porque no se percibe a simple vista, pero si afinas tu sentido arácnido detectarás con facilidad cómo la tensión sexual se podría dividir en porciones con el cortador de pizza que tienes sobre la mesa.

- Apatía generalizada: tras ese delantal de tela vaquera con bolsillos inútiles que ha diseñado alguien que no tiene ni idea de hostelería, hay un alma frustrada que odia su trabajo. Esa persona no quiere atenderte y te habla con una sonrisa nerviosa, por temor a que dejes una mala reseña en Google y pierda su trabajo.

- Condiciones laborales de explotación: parte de la apatía de los trabajadores viene dada por las condiciones laborales precarias que deben asumir, como trabajar cuarenta horas a pesar de tener un contrato de veinte, recibir parte de la nómina en B, no cobrar horas extra y bregar toda la semana haciendo turnos partidos. Este punto es imposible de detectar a través de la observación pasiva, pero tienes muchas probabilidades de acabar conociendo esta información si te tomas unos chupitos con ellos. Mientras tanto, sus jefes, señores y señoras emprendedores y dinámicos, se emborracharán y consumirán cocaína con sus amigos en la mesa de siempre.


Amigas, alcémonos ante la dictadura del preciosismo y la tiranía de la mayonesa de Sriracha. Dejémonos llevar por el feísmo, enamorémonos de los suelos repletos de servilletas zigzag de las que no limpian nada. Busquemos lugares con gente fea por fuera, pero bella por dentro, donde no se juzgue a las personas que hablan solas sentadas en un taburete; donde el paisano cirrótico que se toma su carajillo arregla el mundo con un diseñador treintañero que está comiéndose una ensaladilla. Quizás tenga una puntuación mediocre en Google y su propuesta gastronómica no sea para echar cohetes, pero allí dentro pasan cosas sin que nadie pretenda aparentar lo que no es.

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