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Pintarse la cara color esperanza: Sobre los años 20 y el vacío primigenio



La generación X, aquella que precedió a los milenial y que sucedió a los temidos OK, BOOMERs, fue un grupo de gente marcado por una situación económico-social y cultural bastante molesta: el giro neoliberal y conservador de los gobiernos, el aumento de los divorcios, las epidemias del crack y del SIDA, los ordenadores que ocupaban lo mismo que un armario empotrado y tenían la misma velocidad que un armario empotrado, los yuppies y el descontento generalizado después de unos años de stravaganza y purpurina, hicieron que la juventud se diera a la música bajona, a lavarse poco el pelo y a la apatía. Fueron años de guerras estúpidas (como si las hubiera de otra manera), de especulación inmobiliaria y de sensación de vacío.


"Justo como ahora. Pero totalmente diferente."


Es 2022, un año en el que la gente pensaba que los coches volarían, porque, sinceramente, la gente pensaba que, a partir del 2000, todo volaría. Todos menos Paco Rabanne, que, en 1999 creía que la estación espacial MIR se desplomaría sobre París causando un incendio descomunal que convertiría la ciudad del amor en la ciudad asador. El diseñador opinaba, además, que con el giro del milenio llegaría el apocalipsis.


Y casi. Recién estrenados los locos años 20 de nuestra era, es justo así como nos sentimos: fuera de nuestros cabales. Tras una pandemia a escala planetaria sin un origen aún decidido – pueden mandar cohetes a Marte pero no investigar la procedencia de un virus que ha causado miles de muertes y el colapso del funcionamiento global por culpa de un gobierno opaco – toques de queda, falta de trabajo, sedentarismo impuesto y el más que antiguo miedo a la enfermedad, entramos en un delirante periodo de guerra post-soviética y nos enteramos de que la capacidad de atención media de los humanos ha descendido de 8 segundos a 5 segundos. Esto ha ocurrido debido a nuestra adicción a las pantallas. Mueren personas por culpa de misiles y podemos poner los mensajes de voz que la gente que queremos nos envía al doble de velocidad para no perder el tiempo, porque nos da pereza llamar por teléfono, así que mandamos otro audio que también reproducirán a x2 porque ahora todo es rápido, dura poco, todo pasa y nada queda. Menos los misiles.


La gente está exhausta; y no exhausta como estaba la generación X, porque aquellos sabían que si entraban en una buena universidad y hablaban un par de idiomas su futuro estaba asegurado, porque lo estaba. Su futuro, su casa, su bienestar, su capacidad adquisitiva; son la gente que ahora dirige los estudios, las agencias, las compañías y firmas de diseño, los que, a veces, se nutren de trabajo mal remunerado de chavalas y chavales recién salidos de un máster que ha costado lo que cuesta una terapia.


La gente no puede más; todo el mundo está cansado, drenado de energía, hastiado y desesperado. En 2022 hay recetas de ansiolíticos a cascoporro para lidiar con la imposibilidad de dormir, de relajarnos, de dejar de subsistir para empezar a vivir. Mañana no será otro día; mañana será algo parecido a hoy y lo llaman “resiliencia”. Quejarse sirve de poco, porque hemos comprobado que, después de años de luchas sociales, de reivindicación feminista, ecologista y anticapitalista, a las potencias y multinacionales, parece, les importa poco el porvenir del planeta y de sus habitantes. Y esto no es una rabieta sinsentido de una millenial a la que un boomer le dice que lo ha tenido todo desde pequeña; es el sentir de una franja demográfica a la que, ahora mismo, le da pereza hasta vestirse para salir de casa y se pone hasta arriba de drogas, crossfit y queso para sentir que tiene algo bajo control, aunque solo sea el descontrol. No es que no creamos en nada, es que nos hemos dado cuenta de que, creer o no creer, poco importa si no puede traducirse en contenido reproducible, regurgitable, instagrameable, tiktokero. Si no entretiene, no vale. El miedo provoca ganas de vomitar; somos conejos congelados en medio de la carretera mientras se aproxima un SUV a toda pastilla en su dirección.


Visto lo visto, y teniendo en cuenta nuestras posibilidades, creo que necesitamos un gurú que nos salve, que baje Dios y lo vea. Algo o alguien que tenga el poder de volvernos a todos aún más locos de lo que ya estamos, para que Paco Rabanne tenga razón y nos caiga encima una catarsis como una hostia dominical de grande. Necesitamos que despierten Cthulhu, Khali y El Gran Dios Pan y se lo carguen todo, porque solo en tierra fértil y nueva podremos edificar otro sistema que haga de nuestras vidas, las X, las boomer, las millenial, las Z y las que vengan, algo digno de celebrar. Necesitamos tenerun clavo ardiendo al que agarrarnos, un salvavidas para nadar en plástico, algo a lo que llamar “casa”. No necesitamos un futuro. Necesitamos esperanza.



Aldo GIannotti
Aldo GIannotti




Este articulo es parte de The Posttraumatic VOL.4 "El Fin de los Recursos Emocionales".

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